Una cucaracha gigante y otra de tamaño normal corrían por la cocina. Les tiraba veneno; la cucaracha gigante era en realidad muchas cucarachitas juntas que salían corriendo para cualquier lado. Sentía mucho asco y miedo.
"Yo creo que una de las peores torturas es que te aten de pies y manos y te tiren cucarachas encima", decía.
Con A. éramos dos gatitos callejeros: ella era una gatita blanca con manchas grises y cataratas en los ojos, yo era una gatita negra. Era de noche y estábamos en la calle. Decíamos de ir al lugar de las tumbas, que era una suerte de cementerio en el jardín delantero de una casa vieja y aparentemente abandonada que estaba lleno de cruces muy pegadas, tan pegadas que no habría lugar para los cuerpos.
Hay un desdoblamiento, en el camino yo veo todo el sueño desde mi persona humana y veo a los gatitos caminando adelante mío, pero, a la vez, yo en ningún momento dejaba de ser la gata negra.
Cuando llegábamos, otros gatos que estaban ahí no nos dejaban entrar, nos echaban (nos hacían así como hacen los gatos, "peejjjjjjjjjj") y teníamos que irnos.
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