7/8/10

Travesía sin rumbo

Aparecía en mi cama en el jardín delantero de una casa que desconocía. Despertaba, era de madrugada, bien temprano por la mañana. Venían, de pronto, unos tres hombres robustos y con barba que cargaban con una caja, se acercaban a la casa. Como yo tenía miedo de que me hicieran algo me hacía la dormida. Se iban, creo que sin notar mi presencia o, si la habían notado, no les había importado mucho. Yo entendía que en esta vivienda vivía un matrimonio que se iba a trabajar todo el día desde muy temprano; no quedaba nadie en la casa, pero ellos dejaban todo abierto. Me levantaba, me tenía que ir a una clase de la facultad.
La clase se dictaba en un lugar abierto y yo, por algún motivo, empezaba a comportarme de manera extraña: tenía la sensación de estar drogada y borracha y me revolcaba por el suelo mientras me movía al compás de una canción de algo que sonaba como The Who o Led Zeppelin. El lugar abierto estaba siendo transitado por otras personas, era como una especie de centro comercial con un gran parque. En un momento aparecía una orilla y agua, como un lago de la Patagonia, yo seguía en estado de ebriedad/drogas y me acercaba demasiado al agua, el profesor decía "chicos, cuidado, no se acerquen tanto a la orilla".
En un momento dado me iba por ahí, con todo mi curso y con el profesor habíamos quedado encontrarnos horas más tarde en un aula de aquel extraño complejo comercial, pero yo me perdía.
De pronto me encontraba a V. (mi novio) que estaba con unos amigos suyos dando vueltas por el lugar. V. estaba muy distante, ausente, no me prestaba atención, se hacía el desinteresado y a mí eso me afectaba. Seguía, entonces, mi camino y, como si fuera un boliche, un chico se me acercaba y me preguntaba si no quería irme con él, se me acercaba mucho mientras me decía esto. V. veía toda la escena desde un piso más arriba y se burlaba de mi situación haciendo unas muecas. Me enojaba.
Se iba haciendo de noche y el lugar se transformaba cada vez más en un boliche, había muchas escaleras, estaba llegando tarde a la clase y no sabía a dónde tenía que ir. Pedía ayuda en un puesto y las mujeres que me atendían decían que no sabían nada de una clase, entonces yo les pedía que me dejasen usar el teléfono, pero no querían.
Iba al baño y al lado de la entrada había una escalera de emergencia y unas mujeres sentadas. Una de ellas tenía una mirada muy intensa y no me sacaba los ojos de encima, me miraba muy mal y se notaba que me odiaba. No me conocía, pero yo sentía que aquella mujer podía "leer" cosas muy íntimas de una persona sólo con mirarla, y me sentía bastante juzgada. En un momento le preguntaba qué le pasaba, que por qué me miraba así, y ella me respondía: "No me gustan las chicas caprichosas que se encierran a llorar en el baño." Yo le respondía, muy enfadada e indignada y ya yéndome de ahí, que ella no podía saber si eso que decía de mí era cierto (lo decía gritando). Las mujeres me miraban y no me hablaban. Yo me iba.
Ya era muy tarde, había perdido la clase y me volvía a aquella casa en donde estaba mi cama. Cuando llegaba veía que los hombres barbudos estaban adentro, y ahí me daba cuenta: estábamos ocupando la casa del matrimonio mientras ellos no estaban durante el día y, aparentemente, eso sucedía seguido.
Me animaba a entrar a la casa y hacerme "amiga" de los hombres, quienes tenían una energía muy extraña. Estaban muy serios y concentrados en sus cosas y no se miraban entre sí, no me miraban a mí, sólo miraban lo que hacían. De repente escuchábamos ruidos y entendíamos que era el matrimonio que había vuelto. Nos escapábamos y yo lo hacía por una ventana. Yo creía que había salido a la calle pero en realidad, para mi sorpresa, me había metido en un jardín que era parte de un hogar para niños que manejaba un grupo de monjes tibetanos. Veía a uno de los monjes (rapado, con su característico manto naranja) charlar con una mujer común y corriente. Como me interesaba el lugar, les iba a hablar. El monje me decía que me uniera, que yo podía ayudar a los niños. Aceptaba y me sentaba en una mesa de aquel jardín a picar una cebolla para la comida.
De pronto venía una mujer (que conozco en la vida real) y me decía que era amiga del matrimonio y que estaban muy preocupados porque había gente que irrumpía en su casa cuando ellos no estaban, que estaban buscando a los culpables y que ella los estaba ayudando. Me decía también que yo era una de las sospechosas y me pedía que le muestre las manos para ver si las tenía sucias (si las tenía sucias significaba que yo era una de los culpables) pero tan sólo tenía suciedad en las uñas —que no era prueba suficiente—. La mujer se iba y me dejaba en paz.
Me iba del hogar de los tibetanos y comenzaba a andar por la calle sin rumbo fijo. Notaba que había uno o dos autos que daban vueltas muy lentamente y suponía que todavía nos estaban buscando por la irrupción en la casa.
En un momento llegaba al centro de la ciudad, escuchaba ruidos de animales detrás de mí y al darme vuelta veía en medio de la calle un cerdo y un conejo. El semáforo estaba en rojo y los autos, por lo tanto, no estaban andando. Los animales no se movían del medio de la calle, el semáforo cambiaba, los autos aceleraban y atropellaban al cerdo y al conejo. Yo me ponía a llorar, ¿cómo podía ser que aceleraran sabiendo que estaban los animales ahí?, ¿cómo no les importaba atropellarlos? La imagen ahora era muy cruda: el cerdo gemía y gemía, boca arriba a medio descuartizar y el conejo estaba en una situación parecida. Me desesperaba y pedía que por favor el cerdo muriera enseguida así dejaba de sufrir. De pronto unos policías o guardias de seguridad tomaban a los animales por las patas y los ponían encima de una mesa o tabla. Estaban en la vereda de en frente. Yo me ilusionaba porque pensaba que iban a tratar de salvarlos pero, en su lugar, se ponían a sacrificarlos y fainarlos para comerlos. Yo volvía a llorar de indignación y rabia.

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