10/19/10

Una pesadilla

Estaba durmiendo. Me desperté por los gritos de Javier, que dormía al lado mío. Decía que había estornudado y se le había salido la cara.

Todo en la habitación era oscuridad de trasnoche, menos su cabeza, que estaba iluminada de manera frontal y muy fuerte.

Javier me pedía desesperado que lo ayudara, al borde del llanto. Su piel se había despegado de los músculos, huesos y cartílagos, y estaba encogida y arrugada, como un globo desinflado.

Yo temía que el accidente tuviera consecuencias perpetuas y sabía que él estaba pensando exactamente lo mismo. Los agujeros en la piel que correspondían a los ojos, las fosas nasales y la boca estaban corridos de sus lugares originales y yo trataba de ajustarlos con mis dedos.

Cada tanto, Javier lanzaba grititos agudos de desesperación. Escuchamos que su madre, que dormía en la habitación de al lado, se había despertado y se levantaba para ver qué estaba ocurriendo (escuchábamos los sonidos de cosas que se corrían de lugar y pasos sobre el piso de madera).

Yo agarraba la piel con las manos y, estirándola, trataba de encajarla en los maxilares y la pera para que se quedara agarrada a la cabeza, intentando también que los agujeros en la piel coincidieran con los ojos, la nariz y la boca.

Finalmente logré encajar la piel en el rostro. Javier y yo suspiramos aliviados y avisamos a su madre que no había pasado nada.

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