Éramos muchas personas en la casa de Alex. Era una casa con un jardín muy tupido, con habitaciones muy grandes y luminosas, casi todas vacías y pintadas de colores en degradé: azul, naranja, verde. La luz era la de un día nublado y silencioso. Había muy pocos muebles y mucho espacio, y los sonidos en las habitaciones de las personas que se movían o hablaban en ellas reverberaban mucho.
Tenía un libro-disco en la mano. Era un disco de Alex. Lo estábamos escuchando. Era hermoso y tenía un título muy serio que refería a que el disco era un estudio que se contraponía a algún movimiento musical del siglo XX (algo así como “Refutación del postatonalismo”, pero no era eso: las palabras exactas se me borraron). Estábamos muy orgullosos del disco de Alex.
Estábamos preparando un concierto para íntimos en una de las habitaciones, y todos estaban esperando a que llegara un flete con un teclado de juguete. El teclado de juguete era mío y yo abriría el concierto, pero el concierto de los demás también dependía de mi instrumento ya que lo iban a usar varios músicos.
Mientras esperaba, pensaba que no había preparado nada para el concierto. “Puedo improvisar”, pensaba, “pero qué tanto puedo improvisar con un tecladito de juguete?”. Estaba muy preocupada.
6/16/10
Un concierto en la casa de Alex
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